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Elden Ring, análisis: La Sagrada Familia de From Software

Los creadores de Dark Souls dan otro golpe sobre la mesa y nos ofrecen uno de los mejores mundos abiertos jamás vistos en cualquier videojuego. Decir que Elden Ring es el Souls más grande es un poco como decir que Breath of the Wild es un Zelda menos lineal que Skyward Sword: incuestionablemente cierto, pero a la vez demasiado superficial como para ilustrar la naturaleza de esa disparidad. From Software se ha venido arriba y no solo ha creado un título nuevo para asombrar y torturar por igual a sus fans, ha dado otro salto evolutivo para la “saga” y su medio. Ha creado un mundo que debe ser jugado durante decenas de horas para ser comprendido y digerido. Porque Elden Ring no solo es un Dark Souls de mundo abierto, es también una nueva vara de medir para la exploración en videojuegos.

Es una sacudida similar a la que vivimos hace unos años con el propio Breath of the Wild —la mención no era arbitraria—, cuando Nintendo también decidió probar suerte con los open world sin medias tintas y sin calcar los modismos de los Skyrim, los The Witcher o los Assassin’s Creed de turno. Su juego, sus reglas. From Software comparte esa filosofía y a veces se regodea en ella de una forma incluso más radical. Porque Elden Ring es más estructurado, no permite correr hacia el jefe final tras completar la primera hora de partida, pero se revela igual de abrumador en su libertad e incluso más confiado en los fundamentos preestablecidos de su fórmula.